La afición del Real Zaragoza vive una vez más atrapada en un bucle que parece no tener fin. Tras un inicio de temporada esperanzador, las últimas semanas han devuelto al zaragocismo a un terreno familiar: el de las dudas y los temores de otro año fallido. Adrián Oiz, en Café con Goles, lo ha dicho con crudeza: noviembre ha sido un mes negro para el equipo, y así no se asciende.
Es preocupante cómo un equipo que en agosto y septiembre destilaba verticalidad y contundencia se ha convertido en una versión irreconocible de sí mismo. Ni en casa ni fuera se ve una idea clara de juego, y eso, no es un accidente, sino una consecuencia de errores acumulados. Los problemas no solo están en el césped, sino también en la confección de una plantilla donde demasiados jugadores son prescindibles. Un equipo que aspira al ascenso no puede permitirse seis fichas de relleno, y ese es un lujo que el Zaragoza lleva años pagando caro.
No se trata de buscar culpables, sin embargo, Víctor Fernández no puede vivir de su historia con el club. Su esquema inicial, valiente pero arriesgado, se ha desmoronado, y los cambios tácticos recientes no han dado resultado. Si bien echar al entrenador no es la solución inmediata, es evidente que hace falta una reacción urgente.
La Romareda debe volver a ser un bastión. Los partidos en casa son claves, y las estadísticas recientes no permiten optimismo. Es hora de que el equipo recupere confianza y sume puntos antes del mercado de invierno. Porque si algo está claro es que, en Zaragoza, ganar no es solo una necesidad; es la única forma de mantener viva la ilusión.