Apenas quedan tres días, si contamos el fin de semana, para el cierre del mercado invernal y, una vez más, el Real Zaragoza sigue dejando todo para última hora. Los aficionados observan con resignación cómo los días pasan sin noticias relevantes, con la esperanza de que al menos el último día no se repita el guion de tantas ventanas anteriores: mucho ruido, pocas nueces.
Hasta ahora, solo la incorporación del hondureño Kervin Arriaga ha dado algo de oxígeno, mostrando buenas maneras en sus dos primeros partidos. Pero no basta. Si algo ha quedado claro esta temporada es que el equipo necesita refuerzos urgentes en varias posiciones clave. Sin embargo, seguimos esperando fichajes como quien espera el tren que nunca llega.
Esta forma de gestionar los mercados resulta incomprensible. ¿Para qué abrir un mes entero si la actividad se concentra siempre en las últimas 24 horas? ¿Por qué no se ha actuado antes para cubrir las carencias evidentes del equipo? Mientras otros clubes se mueven con previsión y decisión, el Zaragoza parece confiar siempre en la aparición milagrosa de una «oportunidad de mercado» que rara vez llega.
El próximo partido ante el Cádiz se presenta crucial. Una victoria permitiría mantener la esperanza de enganchar una buena racha que devuelva al equipo a la zona alta de la clasificación. Pero enfrentarse a un rival en su mejor momento, con un once equilibrado bajo la dirección de Garitano, no será tarea fácil. La Romareda responderá, seguro, con el fervor habitual, aunque es hora de dejar claro que el papel de la afición no es excusa para la planificación deportiva deficiente.
La responsabilidad recae en quienes toman las decisiones, no en la grada. Si el club quiere ilusionar a los zaragocistas, necesita ser valiente y efectivo en los despachos. Porque seguir esperando que el último día suene la flauta no es una estrategia; es una lotería que casi siempre nos deja sin premio.