Que el primer equipo del Real Zaragoza camine al borde del descenso es grave. Pero que el Deportivo Aragón —su filial— esté metido en el mismo barro, lo es aún más. Porque eso no es mala suerte. Eso es un síntoma. Es el espejo de una gestión que ha perdido el control sobre la base del club.
Cuando el segundo equipo cae, y los juveniles prometedores son apartados por no renovar, la pregunta es inmediata: ¿quién está tomando decisiones aquí? ¿Quién da las órdenes? Y la respuesta es aún más inquietante: nadie. El Zaragoza no tiene dirección deportiva estructural, ni proyecto de cantera, ni lógica formativa. Es un club a la deriva.
Se ha privado al filial de talento por cuestiones contractuales. Chavales que podrían estar ayudando a salvar la categoría han sido orillados. Mientras tanto, otros clubes de Primera se los rifan. ¿Y aquí? Aquí los ignoramos. Porque aquí no se apuesta por futuro. Se piensa en rentabilidad inmediata o se actúa por impulsos.
El discurso es recurrente: que si Ramírez no era el perfil, que si Cordero se equivocó con los fichajes, que si el mercado de invierno fue pobre. Todo cierto. Pero lo estructural es lo que mata. Porque no se cae solo por una mala temporada. Se cae por una dejadez acumulada. Por pensar que todo se arregla fichando en verano o cambiando de entrenador. Mientras tanto, el fútbol base se desangra.
Y sí, en este momento el primer equipo necesita a Gaby. Necesita a Guti. Necesita garra y fe. Pero sin estructura, sin un proyecto global, el club no saldrá de este ciclo. Un club que no cuida su cantera es un club sin raíces. Y un club sin raíces está condenado a pudrirse por dentro.
La afición merece más. La Romareda, por vieja que esté, merece más. Y los chavales del juvenil merecen más. Porque ellos son los que algún día podrían devolver al Real Zaragoza al lugar que nunca debió abandonar. Pero eso, hoy, parece lo de menos para quienes mandan.
