En busca de un nuevo entrenador

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El Real Zaragoza vuelve a caminar sobre arenas movedizas. Otra vez se ha quedado sin entrenador titular, y ahora la pizarra la empuña David Navarro, el segundo de Víctor Fernández, en un rol de interinidad que, a estas alturas, ni sorprende ni tranquiliza a nadie. Lo inmediato es el partido ante el Racing de Ferrol, pero lo realmente importante está por venir: durante las dos próximas semanas sin competición, el club se lanzará a la búsqueda de un nuevo técnico que enderece el rumbo de un equipo atrapado en una crisis cíclica.

La discusión sobre el próximo entrenador ya ha comenzado. Por un lado, suena el nombre de Miguel Ángel Ramírez, ex del Sporting de Gijón, un técnico que mantuvo a aquel conjunto con un 4-4-2 muy definido y que, al parecer, encajaría en el perfil que Juan Carlos Cordero lleva en mente. Se trata, al fin y al cabo, de un técnico con experiencia reciente en Segunda División y que no incumpliría la norma federativa que impide a entrenadores en activo esta temporada en Primera o Segunda ser contratados por otro equipo de la misma categoría.

La apuesta por un entrenador capaz de trabajar con escasos recursos

También se ha hablado de Gabi (actual entrenador del Getafe B), incluso de algún otro nombre que podría surgir del extranjero o del paro. Sin embargo, en esta cuestión hay una sensación generalizada de incertidumbre. Con Cordero al mando de la elección, uno intuye que la apuesta será por un técnico capaz de trabajar con las limitaciones del mercado invernal y que, además, entienda las peculiaridades de la plantilla y la categoría. Francisco —que parecía caído de las quinielas— o Javi Gracia podrían ser otros candidatos, al menos en el imaginario de la afición, aunque los márgenes de maniobra sean reducidos.

Porque ése es otro de los grandes problemas del Real Zaragoza: llega el mercado de invierno y el equipo se encuentra en mitad de tabla, lejos del objetivo inicial de luchar por el ascenso. Estamos en diciembre y, como el año pasado, la clasificación no ayuda a convencer a futbolistas de cierto renombre para que recalen en la capital aragonesa. La temporada pasada se argumentó que al no estar en puestos altos, era difícil atraer a jugadores de primera línea. Ahora, doce meses después, se repite el escenario: el Real Zaragoza vuelve a situarse en una zona templada, sin aspiraciones claras y con los rivales más potentes acaparando el interés de aquellos refuerzos que realmente podrían marcar diferencias.

El proyecto deportivo no mejora

Lo que se temía se ha cumplido. ¿De qué sirve tener una directiva con músculo económico, que sanea las cuentas y reduce deuda, si el proyecto deportivo no mejora? La dirección del club ha sido capaz de inyectar capital, de impulsar el nuevo estadio, de maquillar las cifras económicas. Es digno de reconocimiento: aplaudir que el Real Zaragoza ya no esté al borde de la desaparición es algo obligado. Pero el aficionado no se nutre solo de cuentas saneadas; espera resultados deportivos, proyectos con identidad y una evolución que saque al club del letargo de la Segunda División. De nada vale presumir de paciencia, recursos y planes a medio-largo plazo si la realidad en el césped sigue sin dar ese salto tan necesitado.

Además, la sensación es que la propiedad, con su discurso a menudo lejano y peliculero, no termina de conectar con la realidad zaragocista. Cada intervención del presidente sugiere que vive encerrado en su burbuja de optimismo o en esa “fábula” de inversiones y promesas, sin entender que la afición está cansada de mediocridad. No se trata solo de fichar a uno u otro entrenador, sino de cuidar la estructura deportiva, de asegurar que el nuevo técnico, quien quiera que sea, tenga las herramientas adecuadas —no solo dinero, también respaldo, una planificación coherente y una sintonía interna que no se limite a mensajes vacíos—.

El cambio de míster, aunque obligado, es un volver a empezar y la esperanza es que sirva para algo más que seguir dando palos de ciego. Sería ideal traer un entrenador que, además de mantener la plantilla unida y mejorar su rendimiento, tenga un proyecto claro que no dependa de la coyuntura clasificatoria. Alguien que pueda inspirar a un grupo de futbolistas que, aunque pierdan frescura o se estanquen, al menos sepan que esta vez hay una idea a la que agarrarse.

El Real Zaragoza no necesita otro parche, ni otro discurso altisonante, ni más promesas vacías. Requiere una dirección deportiva y una propiedad que entiendan la esencia del fútbol, la importancia de los resultados y la incidencia que tiene el buen trabajo en la captación de refuerzos. Es hora de prestar más atención a lo deportivo: el mercado invernal está a la vuelta de la esquina y no valen ya las excusas. El fútbol es, en definitiva, un juego de resultados y, de momento, al Zaragoza le falta un entrenador capaz de cambiar la dinámica y, sobre todo, de recuperar la ambición perdida.