El Real Zaragoza naufragó en Orriols con un 5-2 que escuece más por la sensación de impotencia que por la goleada en sí. Gabi Fernández dio la cara tras el partido y asumió la culpa con elegancia y honestidad, pero la afición empieza a estar cansada de discursos bien intencionados que no se traducen en resultados.
Es encomiable que el entrenador no señalara a sus jugadores, que optara por la autocrítica y que apelara a la responsabilidad individual. Pero el Zaragoza no está para teorías morales ni para aprendizajes filosóficos. Está para sumar puntos. La defensa fue un coladero, la intensidad fue intermitente, y el mensaje —si existió— no caló.
El partido ante el Huesca no es solo una final; es un juicio. Y esta vez ya no bastará con dar explicaciones sensatas en sala de prensa. La respuesta tiene que llegar en el césped. O el proyecto, como tantos otros, se evaporará en medio de la mediocridad.