Lo vivido ante el Tenerife, colista de la categoría, es solo la confirmación de una historia que se repite temporada tras temporada: el Real Zaragoza se presenta con la afición expectante de, al fin, encadenar victorias y acercarse a la zona alta, y acaba sufriendo en casa, necesitando dos goles en un minuto para empatar (2-2). El guion, a estas alturas, suena demasiado familiar.
El primer gran culpable parece ser el sistema de cinco defensas, un planteamiento que, con los jugadores actuales, únicamente logra acumular “paquetes” en la zaga. Aficionados y analistas lo señalaban: no somos capaces de generar ocasiones ni de mostrar un atisbo de seguridad defensiva. El Tenerife, hundido y con problemas de entrenador—tres distintos en una misma temporada—, llegó a La Romareda con la determinación de presionar y salir rápido. Le bastó para poner un 0-2 que casi nadie se esperaba… excepto, quizás, la ya curtida afición zaragocista, harta de ver la misma película.
Esa misma grada, cansada de palabras vacías y de la eterna promesa de que “todo cambiará”, se mostró claramente decepcionada, y no es para menos. Llevamos un solo triunfo desde principios de noviembre: la realidad es que el barco del ascenso se aleja sin remedio. Entre tanto, en lugar de hablar de soluciones, en el club se multiplican las excusas: que si el rival cambió de entrenador y mejoró, que si “el mercado de invierno es complicado”, que si “la afición se impacienta demasiado pronto”… La consecuencia es que el equipo pasa las semanas sin reforzarse y sin cambios de verdad en el verde.
Parte de la frustración recae en el hecho de que el Real Zaragoza parece acomodado a una segunda división eterna, un letargo del cual no se vislumbra salida. Mientras tanto, la directiva se enreda en planes para el estadio, en la venta de camisetas y eventos de marketing, y descuida lo esencial: crear una plantilla que compita. El director deportivo lleva meses sin lograr renovaciones, sin fichar los refuerzos adecuados, y aquí nos encontramos otra vez, en la parte media-baja de la tabla, sin un rumbo claro ni un proyecto sostenible.
No es cuestión de pedir la cabeza de un entrenador que acaba de llegar. Pero sí exigir que aflore la lógica futbolística: si ves que la idea no funciona, la adaptas a los jugadores y no al revés. Si, pese a ello, todo sigue igual, el problema rebasa a un míster. Abarca a la propiedad, a la dirección deportiva y a quienes deciden que, a base de excusas, se puede prolongar un año más el sufrimiento.
La realidad es sencilla: si no ganas en casa al último clasificado, el ascenso es un espejismo. Y si la afición se cansa de creer, no se le puede culpar. Solo queda esperar que alguien reaccione antes de que nos veamos, otro año más, a mitad de tabla sin un proyecto que ilusione.