A veces, ver al Real Zaragoza es como asomarse a una película que ya hemos visto demasiadas veces. Ante el Tenerife, último de la liga, se volvió a repetir la historia de un equipo sin ideas, que insiste en un sistema de cinco defensas que no soluciona los graves problemas defensivos y, además, mata cualquier posibilidad de un ataque fluido. El resultado: un 2-2 con sabor agridulce, gracias a dos goles milagrosos en un minuto que disimulan la pobre imagen ofrecida.
La Romareda salió enfadada, y con razón. Llevar solo una victoria en diez partidos, desde aquel cabezazo contra el Racing de Ferrol, es una estadística demoledora. Mientras la afición se resigna a hacer “cuentas imaginarias” para soñar con el playoff, el propio Real Zaragoza parece desconectar de cualquier pretensión de ascenso. Es ya una constante ver cómo, en cuanto el rival nos pone en aprietos, renunciamos a la ambición. Que el colista se marche 0-2 en nuestro estadio es la gota que colma el vaso: la grada no aguanta más.
Desde fuera, uno se pregunta: ¿quién dirige el proyecto? El entrenador, recién llegado, insiste en una idea que no encaja con la plantilla. El director deportivo, con meses de antelación para prever este escenario, sigue sin cerrar fichajes ni resolver renovaciones. La propiedad, por su parte, parece más interesada en planes de estadio y marketing que en la propia competición. Mientras tanto, la afición —el único valor seguro— sufre, reacciona y es criticada por exigir cambios. Es el cuento de nunca acabar.
Lejos de modificar planes fallidos, da la sensación de que en el Real Zaragoza se prefiere buscar excusas. El Elche estaba “muy fuerte”. El Tenerife “llegaba con entrenador nuevo y necesidad de sumar”. Cada jornada se encuentra una justificación distinta para no ganar, cuando la realidad es que este equipo no genera ataque ni defiende bien. Y no se ve atisbo de solución.
La respuesta lógica sería arremangarse, hacer autocrítica, invertir en lo que hace falta (un delantero, un par de defensas fiables…) y apostar por un sistema adaptado a los jugadores. Eso o, al menos, mostrar valentía en el campo. Sin embargo, uno se topa con la resignación y la pasividad de quienes gobiernan desde la sombra, como si la segunda división fuera nuestra zona de confort.
No se trata de echar al técnico tras dos partidos, sino de exigir a todos, empezando por el director deportivo, que proporcionen soluciones reales. Mientras el Real Zaragoza siga anclado en discursos de “es un proyecto” y “necesitamos tiempo”, la distancia con la zona alta aumentará. La gente paga un abono para ver su equipo competir, no para presenciar pases intrascendentes entre central y portero o un sistema que no genera ocasiones. Las excusas se agotan y la paciencia de la grada también. Ojalá, algún día, veamos un Zaragoza sin complejos, volcado en buscar la portería rival y dispuesto a arrancar victorias. De momento, lamentablemente, seguimos esperando.