Han tardado dos años en contarlo, pero ya es tarde. Los mismos que nos llamaban “conspiranoicos” por señalar la relación real entre el Real Zaragoza y el Atlético de Madrid, ahora reconocen lo evidente. Ya no hay manera de ocultar lo que durante meses se ha querido tapar con bombas de humo, ruedas de prensa de cartón piedra y promesas de millones que jamás existieron.
Es imposible no sentir indignación al ver cómo algunos medios de comunicación de esta ciudad han preferido el silencio cómodo a la incomodidad de contar la verdad. ¿Por miedo? ¿Por intereses? ¿Por obediencia política? Que cada uno saque sus propias conclusiones. Pero la verdad es clara: hay quienes sabían lo que pasaba y prefirieron callar. Lo sabían cuando Gil Marín participaba en reuniones con Tebas. Lo sabían cuando los fichajes venían rebotados del Atlético o su entorno. Lo sabían cuando Jiménez de Parga, secretario del Consejo del club madrileño, aparecía como máximo accionista del Zaragoza.
Ahora, de repente, cuando el equipo es colista y el desastre deportivo es tan evidente como clamoroso, se atreven a decir lo que otros llevamos advirtiendo desde hace tiempo. Ahora sí se puede hablar de desgobierno, de improvisación, de mentira sistemática. Pero ¿y durante los años de destrucción silenciosa? ¿Dónde estaban entonces?
El problema no es solo deportivo. Es estructural. Es un club que ha sido vaciado de zaragocismo, convertido en una filial sin dignidad. Y lo más grave: consentido por los medios, por los políticos, por todos los que han mirado a otro lado mientras el club se hundía.
La prensa aragonesa no está para proteger intereses oscuros. Está para contar lo que pasa, para defender al aficionado y al escudo. Hoy, como zaragocista, me siento traicionado no solo por quienes dirigen el club, sino por quienes han guardado silencio cuando tenían la verdad en la mano.