La victoria del Real Zaragoza sobre el FC Cartagena dejó un sabor agridulce entre la afición blanquilla. Si bien los tres puntos obtenidos permiten que el equipo se acerque a la permanencia matemática en Segunda División, el partido dejó muchas dudas sobre el rendimiento de los jugadores y, sobre todo, la gestión de Gabi, el técnico del equipo.
Desde el inicio, el equipo maño se enfrentó a un rival que ya está descendido, lo que hacía presuponer un partido relativamente cómodo. Sin embargo, durante 70 minutos, el Zaragoza se mostró incapaz de imponer su superioridad, con una alineación que muchos aficionados consideraron errónea y con una falta alarmante de juego ofensivo. Hasta ese momento, el equipo de Gabi apenas generó peligro, dejando una imagen de impotencia que encendió las críticas.
Fue en los últimos minutos del encuentro cuando la desesperación llevó a Gabi a realizar cambios drásticos y a adoptar un enfoque más agresivo. La decisión de llevar el balón al área de forma más directa permitió que el equipo remontara de manera casi milagrosa, dejando a la afición en la Romareda en una mezcla de éxtasis y alivio.
Pero este triunfo no oculta los problemas estructurales del equipo ni la falta de planificación en los encuentros. «Hoy se han juntado en el campo el mejor Zaragoza de la historia y el peor Zaragoza de la historia», afirmaba un comentarista tras el partido, reflejando lo irregular que ha sido el juego del equipo a lo largo de la temporada.
Lo que está claro es que la afición no está celebrando el triunfo como si se tratara de una gesta gloriosa. Más bien, hay una sensación de alivio por no haber caído a la Primera RFEF y una frustración palpable por el pobre nivel del equipo. La pregunta que queda en el aire es si Gabi realmente tiene el nivel para dirigir al Zaragoza en una futura lucha por el ascenso, o si este equipo seguirá atrapado en una espiral de mediocridad.