Un adiós frío que evidencia la desconexión entre el club y su historia

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Ayer fue un día especialmente duro para todos los que llevamos al Real Zaragoza en el corazón. La dimisión de Víctor Fernández no es una cualquiera: se va uno de los nuestros, un zaragocista de cuna, una figura que siempre ha representado un lazo emocional con tiempos mejores. Ni el más crítico puede alegrarse, ni el mayor detractor puede sonreír. Esta situación no trae alivio, sino el sabor amargo de perder a alguien que, al margen de su última etapa deportiva, siempre ha sido parte esencial del imaginario zaragocista. Hace un año llegó con el perfil de salvador, ilusionando en medio de la penuria que arrastramos desde hace más de una década. Nos hizo rememorar aquellos viejos éxitos, tiempos en los que nuestro escudo brillaba con luz propia, aunque fuera un pasado lejano. Hoy, al marcharse, deja un vacío que va más allá de la pura táctica.

Es una pena, por supuesto, que el proyecto con Víctor se haya malogrado antes de tiempo. Podríamos discutir si era el mejor o el peor plan, pero era el que teníamos, el clavo ardiendo al que nos agarrábamos esta temporada. Cuando se pierde esa referencia, quedan muchas dudas y pocas certezas. Ahora volvemos a la incertidumbre: ¿quién se hará cargo de esto? Es probable que Cordero busque un técnico nacional, con experiencia en la categoría, quizás alguien que lleve tiempo sin entrenar. La normativa limita muchas opciones, así que la búsqueda será complicada. Mientras, David Navarro se hará cargo del equipo, al menos en el próximo partido ante el Racing de Ferrol, lo que no es más que un parche temporal.

Toda esta situación transmite la sensación de haber tirado la temporada por la borda, de haberla perdido entre promesas incumplidas, lesiones, rachas nefastas y un cansancio estructural que va minando la moral del zaragocismo. Podríamos aferrarnos a la idea de que con un par de victorias llegarán nuevos aires, pero en este momento eso suena a espejismo. Para engancharse al tren del play-off necesitas un mes redondo, sin errores y sin volver a tropezar. ¿De verdad vemos capaz al actual Real Zaragoza de algo así? Es complicado, y la tristeza nos inunda.

La junta de accionistas, celebrada el mismo día, contrasta con la realidad deportiva. Hubo ampliación de capital, más inversión, planes a largo plazo para el estadio y el crédito CVC. Todo muy “correcto” en la esfera empresarial, pero faltó la sensibilidad y el tacto hacia la figura de un mito como Víctor Fernández. Parece que Jorge Mas y compañía no terminan de entender lo que significa esta ciudad, este equipo y su historia, y lo que Víctor representa para esta afición. No lo asimilan, no perciben el dolor. Esto no es un negocio cualquiera, no es un engranaje industrial; aquí se juegan emociones, sentimientos, memorias, ídolos que no se pueden tratar como empleados del montón.

Mientras el presidente se muestra indiferente y asegura que si uno se va vendrá otro, se olvida de la trascendencia de ciertas figuras. Para Jorge Mas, tal vez, el fútbol es solo un entramado de inversiones, capital y futuro valor del estadio. Para el zaragocismo, Víctor Fernández es historia viva, una leyenda que nos dio días imborrables, alguien que no merece ser reducido a una pieza prescindible más.

Víctor, con todos sus errores, sus bandazos y sus malas decisiones en estos últimos meses, se marcha con dignidad. Admitió no poder más, reconoció su incapacidad para revertir la situación y prefirió dar un paso al costado antes de convertirse en un lastre. No se aferró al cargo a la espera de que lo despidieran con indemnización. No esperó al partido del Ferrol ni al mercado invernal. Se fue por su propio pie, sin hacer daño, seguramente con el corazón roto.

Mientras tanto, la afición se siente impotente. Venimos aguantando años de presidentes que no entienden nuestra cultura, de proyectos que prometen éxito inmediato y acaban refugiándose en el largo plazo como si fuera la panacea. Se supone que el entrenador solo tiene que ganar, dicen. Pero ¿y el presidente, qué tiene que hacer? Comprender la idiosincrasia de un club, respetar a sus mitos, mostrar sensibilidad. Hoy nada de eso está presente.

Víctor nos deja la lección de que, en un mundo cada vez más deshumanizado, las leyendas no se tratan como cifras. El zaragocismo no va a olvidar a uno de los suyos por mucho que un dirigente trate de pasar página sin inmutarse. Mientras ellos ven números y balances, nosotros perdemos a un referente que se marcha con la cabeza alta, fiel a sus raíces y a su cariño eterno por este escudo. Y eso, por más que intenten convertirlo en un mero trámite, en un simple cambio de cromos, no se borra de la memoria colectiva del Real Zaragoza. Ni hoy ni nunca.