La derrota del Real Zaragoza ante el Elche en el último minuto, con un cabezazo que selló un 1-0 fatídico, ha vuelto a poner de manifiesto la profunda crisis en la que está sumido el conjunto aragonés en este 2025. El año nuevo no ha traído un aire renovado, pese al cambio de entrenador: se repite la misma historia de los últimos tiempos. Los aficionados, que abarrotan las redes sociales con su descontento, ven cómo un rival que no parecía invencible les arrebata la victoria sobre la bocina. Para colmo, la sensación de conformismo y el “miedo a perder” han calado en un vestuario que no termina de encontrar la fórmula para jugar sin complejos.
El planteamiento ultra defensivo con cinco defensas y dos mediocentros de corte conservador evidencia que el técnico entrante, Ramírez, apostó por un empate incluso antes de saltar al campo. Este enfoque, que algunos justifican con la idea de “anular al rival”, no se tradujo en ocasiones de gol, ni en la más mínima sensación de peligro ofensivo. Es cierto que el Elche no fue el vendaval que otros años demostró ser, pero el Real Zaragoza se comportó como un equipo menor, aquejado de un complejo de inferioridad impropio de su historia. Al final, tanto repliegue acabó por derrumbarse en un solo remate en el descuento. El miedo se hizo realidad.
Si el zaragocismo está harto, parte de la culpa reside en la inestabilidad en el banquillo. En algo más de un año y medio, hasta cinco entrenadores han desfilado por el vestuario. Cada uno con su librillo, su sistema —entre ellos, insistir en esa defensa de cinco— y, por supuesto, sin continuidad ni un plan claro que permita al equipo desenvolverse con seguridad. A ello se suma la evidente ausencia de recursos de calidad en la plantilla: las constantes lesiones de referentes ofensivos como Soberón y Bazdar han mermado la capacidad creativa, y la defensa, compuesta por centrales que llevan varias temporadas sin demostrar un salto cualitativo, se ve cada vez más superada. La salida de talentos jóvenes como Francés, que hacía mejores a sus compañeros, ha agravado la situación.
Mientras tanto, planea la sombra de la propiedad, que parece no tener prisa por alcanzar el ascenso y cuyos “tiempos” difieren de los de una afición que lleva años en un estado de desánimo. Se vislumbra un mercado de invierno con escasas esperanzas: los directivos no dan señales claras de querer invertir, y el director deportivo, Cordero, tampoco parece disponer de un margen amplio para renovar drásticamente una plantilla plagada de carencias en todas sus líneas.
El zaragocismo, que siempre presumió de un espíritu combativo y un estilo de juego alegre, se ve abocado a aplaudir partidos donde el equipo no genera ocasiones, saca cuatro centrales en los últimos minutos y cada vez luce un planteamiento más timorato. Muchos se preguntan si no sería preferible perder buscando la victoria que deambular noventa minutos con la mente puesta en amarrar un empate que, para más inri, se escapa en el último suspiro. El Real Zaragoza, más que nunca, necesita recuperar su valentía y reencontrarse con la esencia que lo convirtió en un histórico del fútbol español. De lo contrario, seguirá hundiéndose en una mediocridad que desespera a quienes aman estos colores.