el Real Zaragoza ante otro año de mediocridad

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La historia parece repetirse cada temporada: el Real Zaragoza inicia el curso con prudencia, promesas discretas y una plantilla supuestamente competitiva. Luego, al llegar diciembre, la realidad se impone. Una vez más, el equipo se ve atrapado en una espiral de malos resultados y excusas, sin atisbo de remontar el vuelo. La afición, cansada de engaños, se pregunta si de nuevo se ha tirado la temporada a la basura.

En agosto, el discurso era que esta vez se había aprendido de errores pasados. La plantilla, aunque “incompleta”, contaba supuestamente con alternativas suficientes. Sin embargo, la palabra “incompleta” escondía una carencia profunda de calidad en puestos clave. Los refuerzos no han dado el nivel esperado, algunos jugadores parecen no adaptarse a la categoría y las lesiones han lastrado a otros. El resultado es un equipo que no solo pierde, sino que ni siquiera compite con la intensidad necesaria.

La sensación de engaño emana del hecho de que el club, cuerpo técnico y dirección deportiva insistieron en que esta vez se había hecho un trabajo riguroso. Se prometía mejor rendimiento, más solidez y un cambio de mentalidad. Hoy, los hechos hablan por sí solos: se acumulan siete partidos sin ganar y el equipo transmite una impotencia alarmante. Ni el cambio de sistema a una defensa de cinco, ni las variaciones en el once inicial han servido para enderezar el rumbo.

El mercado de invierno se presenta, una vez más, como la última tabla de salvación. Pero la experiencia invita al pesimismo. La mayoría de las temporadas recientes han mostrado que las incorporaciones invernales no suelen ser el revulsivo que se necesita. Además, el contexto actual no ayuda: ¿qué jugador talentoso elegiría un club a la deriva, sin proyecto claro y con la moral por los suelos, teniendo ofertas de otros equipos mejor situados?

La afición sufre. Años de promesas sin cumplir han dejado a la Romareda fría, distante, casi resignada. Muchos sostienen que ni siquiera merecería la pena protestar, pues el problema no es coyuntural, sino estructural. Temporada tras temporada, el Zaragoza se desangra en Segunda División, sin trazar un plan sólido que le permita aspirar al ansiado ascenso. El discurso veraniego suena ya como un eco lejano, sustituido por la cruda realidad invernal.

La falta de actitud de algunos jugadores es otro factor que enciende la indignación. Cuando el equipo va perdiendo, es difícil percibir ese arrebato final, ese acoso y derribo al rival, esa rabia por evitar la derrota. En Ipurua, incluso tras recortar distancias en el marcador, el Zaragoza no fue capaz de asediar el área rival. Esta falta de carácter se extiende a buena parte de la plantilla, creando una imagen de indiferencia y conformismo difícil de encajar.

Aunque la hinchada no es ingenua, sí está cansada de la mala gestión. Los responsables pueden señalarse a varios niveles: desde la propiedad, con planes poco claros y sin una inversión decidida, hasta la dirección deportiva, incapaz de confeccionar una plantilla competitiva y compensada, pasando por el entrenador, que no da con la tecla, y los propios jugadores, que no responden en el campo. Nadie escapa a la crítica.

En este panorama, el Real Zaragoza necesita un golpe de efecto. Dos partidos consecutivos en casa antes del parón pueden ser la última oportunidad de llegar al mercado invernal con opciones matemáticas de engancharse arriba. Una doble victoria daría un soplo de aire fresco, permitiría mirar el mercado con algo más de optimismo y tal vez atraería refuerzos de cierto nivel. Sin embargo, los antecedentes recientes no invitan a soñar.

El club debe dejar de esconderse tras palabras vacías y apostar por soluciones concretas. Si no se refuerza el equipo con calidad y se recupera un estilo reconocible, la temporada quedará otra vez en la nada. Y la afición, harta de la mediocridad, seguirá alejándose.

El Real Zaragoza se enfrenta a otro invierno de desilusión, atrapado entre promesas incumplidas y realidades dolorosas. El tiempo se agota y la paciencia también. Sin un golpe de timón claro y valiente, sin decisiones firmes en el mercado y sin un cambio de actitud en el césped, la historia volverá a repetirse. Y será otro año más en la prolongada y triste estancia en Segunda División.