No sabe muy bien por qué, pero Fidel Toraya es del Real Zaragoza. «Creo que me empecé a aficionar cuando Seminario quedó pichichi (temporada 1961-62)», relata este zaragocista fiel, natural del pueblo cántabro de Escobedo de Camargo y sin ninguna vinculación familiar, de amistad o de cualquier otro tipo con Zaragoza o con el equipo zaragocista. «Lo mío fue una historia de enamoramiento», relata. Una historia de amor por el Real Zaragoza que, lejos de apagarse, se reaviva día tras día.
«Cuando éramos niños, y jugábamos los partidos en la plaza del pueblo, un equipo era el Barcelona y otro el Madrid -recuerda uno de sus amigos de toda la vida-. Fidel no quería jugar con ninguno de los dos. ‘Pues ponte cada día con un equipo, te vas turnando’, le decíamos. Pero no había manera. Él solo quería jugar en el Real Zaragoza. Y al final siempre acababa haciendo de árbitro».
Desde esa tierna niñez, Fidel comenzó a alimentar su pasión coleccionando todo tipo de objetos, bufandas, camisetas, fotografías, recortes de prensa… Una auténtica obsesión que le ha llevado a acumular a lo largo de los años un precioso tesoro en el garaje de su casa. Fidel mima cada objeto que llega a sus manos, lo restaura, lo clasifica y lo expone en un almacén-garaje-museo cuidado y ordenado, y abierto a todo el mundo que quiera visitarlo. Recibe prácticamente cada día a numerosos aficionados, zaragocistas o no, y la mayor parte de las veces, el que va a visitarlo vuelve a verlo con un obsequio para aumentar su colección.
A veces son curiosidades, que llegan a sus manos de la forma más insospechada. Un mármol que le grabó un cantero con el escudo del Real Zaragoza, al que unos días antes le había prestado una batería de coche (antes de jubilarse, Fidel era jefe de mecánicos en un taller). Una antigua fotografía de Los Magníficos que un compañero de trabajo encontró en un desván. Un antiguo reloj grabado con el escudo del león, que es quizás su joya más preciada. «Me lo regaló un exjugador del Real Zaragoza», cuenta orgulloso. Otras veces, Fidel restaura objetos propios y los adorna con los colores blanco y azul y el escudo del Real Zaragoza, como sus tinajas, sus lecheras, sus últiles de labranza o una antigua bicicleta «que tiene más de 100 años y todavía funciona perfectamente».
Fidel tiene una gran relación con los peñistas del Real Zaragoza. Casi ninguno se pierde la visita a su museo cuando están por la zona. Él envía felicitaciones navideñas -por correo, como debe ser- a todas las peñas del Real Zaragoza, cada año. «Soy socio de honor de la Peña Andoni Cedrún, de Barbastro, y de la Peña Los Alifantes; tengo muchos amigos en Zaragoza gracias a esta afición», señala.
Un archivo con las crónicas de los partidos más destacados de la historia zaragocista completa una estantería en la que guarda fotos y cartas acumuladas a lo largo de lustros. Decenas de bufandas y de camisetas de todas las épocas adornan el techo de la estancia en la que Fidel ve, o mejor dicho sufre, los partidos del Real Zaragoza. «Me pongo muy nervioso», reconoce. Aunque este año no pasa tantos padecimientos. «Tenemos un equipo muy sólido, estamos jugando muy bien. A ver si por fin este es el año del ascenso a Primera División…», aventura, con esperanza en la voz.