La realidad del Real Zaragoza se ha vuelto a teñir de gris. Tras encadenar siete encuentros sin ganar (seis de Liga y uno de Copa), el equipo se sumerge en una dinámica negativa que recuerda a etapas pasadas. Desde el 2 de noviembre, cuando se consiguió la última victoria frente al Granada, el conjunto aragonés ha ido acumulando decepciones hasta el punto de que la pregunta más dolorosa ya no es si el equipo se ha caído, sino si la temporada está irremediablemente perdida.
La afición zaragocista, hastiada de excusas y promesas incumplidas, asiste a un espectáculo desalentador. A comienzos de curso, el discurso oficial era que esta vez se había conformado una plantilla competitiva. Sin embargo, los hechos han sido tozudos: lesiones, jugadores clave sin rendir al nivel esperado y un sistema táctico que no encuentra su identidad han hundido al equipo. La esperanza de engancharse a la parte alta de la clasificación se desvanece con cada derrota.
El cambio táctico hacia una defensa de cinco, pensado inicialmente para aportar solidez, ha resultado ser un espejismo. Contra rivales como el Deportivo en Riazor o el Granada —al que ni le interesaba especialmente ganar— el equipo pareció encontrar un camino. Pero pronto se comprobó que la defensa de cinco no era la panacea. El Real Zaragoza no solo sigue encajando goles, sino que ha perdido presencia ofensiva, limitándose a un sistema que no potencia las virtudes de sus laterales ni aporta soluciones arriba.
En Ipurua, frente al Eibar, el Zaragoza ofreció una de sus peores versiones del curso: sin intensidad, sin actitud, sin capacidad para levantar la cabeza tras encajar un gol. A falta de diez minutos y con solo un gol de desventaja, los blanquillos fueron incapaces de asediar el área rival. Este naufragio, lejos de ser un accidente, parece el síntoma de una enfermedad más profunda. El conjunto aragonés se muestra débil, sin recursos y falto de carácter, un problema que se agrava cuando los supuestos líderes del vestuario no dan un paso al frente.
La pregunta sobre si la temporada se ha tirado a la basura ronda ya en la mente de muchos. La tabla clasificatoria aún deja un resquicio de ilusión —cuatro puntos no parecen insalvables—, pero la falta de sensaciones positivas y las dinámicas de otros equipos sugieren que la escalada será complicada. La afición, que en agosto se mostró cauta, siente que ha sido engañada. Entonces se hablaba de una plantilla con alternativas y un “ligero inconveniente” de incompletitud. Ahora se demuestra que ese “incompleto” era en realidad un agujero enorme en el proyecto.
El mercado de invierno aparece en el horizonte como un parche, una esperanza de última hora. Pero, ¿cuántas veces el Real Zaragoza ha salido airoso de esa ventana invernal? La experiencia pesa y la falta de recursos económicos o el escaso atractivo que ofrece ahora el equipo para nuevos fichajes de calidad tampoco invitan al optimismo. La sensación es que nada cambiará realmente si no hay una reestructuración profunda y decidida.
La plantilla actual muestra carencias en todas las líneas: defensa frágil, un centro del campo que no manda ni intimida, y una delantera sin gol ni acompañamiento. Jugadores llamados a marcar diferencias como Aketxe, Marí o Aduárez no han dado el paso adelante que se esperaba. Otros, como los canteranos, aportan voluntad, pero no se les puede cargar con toda la responsabilidad.
En este panorama, el próximo calendario ofrece dos partidos consecutivos en casa, dos finales encubiertas. Conseguir seis de seis puntos sería la única manera de llegar al parón navideño con un mínimo de opciones. Sin embargo, la parroquia zaragocista no es ingenua: año tras año se repite la misma historia, con promesas al aire y resultados por debajo de las expectativas.
En definitiva, el Real Zaragoza se encuentra al borde del abismo. La confianza se tambalea, el ambiente se enrarece y el discurso oficial deja de calar en una afición harta de vivir en la mediocridad. La pregunta es, ¿cuánto tiempo seguirá la hinchada soportando este sinsentido? La directiva, el entrenador, los jugadores y la propiedad deben reaccionar. De lo contrario, 2024 será otro año más para olvidar en la larga travesía por la Segunda División.