El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha decido finalmente que no hay nada que decidir. Se queda donde estaba tal y como los partidos de la oposición anunciaron que ocurriría.
Estos cinco días han servido a Sánchez para victimizarse y movilizar a sus votantes y militantes. Son ellos los que le han animado a continuar en el palacio de La Moncloa, según ha asegurado Sánchez en su declaración institucional.
A partir de ahora todo lo que salga a la luz relacionado con los negocios de su mujer o con su famoso teléfono, será calificado como «política sucia», «mentiras de la oposición» y «ataques a la democracia». El miedo al vacío ha obligado a los dirigentes del PSOE a echar sobre sus propios hombros los errores que Sánchez o su esposa hayan podido cometer. Han unido el futuro del PSOE al de Sánchez. Y esto no es bueno para la democracia. Al final tenían razón quienes opinaban que todo era una cuestión de estrategia. Y para hacerla eficaz, Sánchez necesitaba estos cinco días de incertidumbre.
La actividad política se reanuda. Posiblemente con un Sánchez que reaparecerá en la campaña electoral de Cataluña en olor de multitud. Y con una situación política que lejos de calmarse, posiblemente, continuará por la deriva de la crispación. Está por ver la reacción de la oposición ante esta performance de Sánchez que ha dejado con sensación de tomadura de pelo al menos a media España.