Oficialmente ya son más de 20.000 los que nos han dejado víctimas del coronavirus. No se trata de números sino de personas. Cada una con su tragedia personal y familiar. Con amigos que los echaran de menos. En algunos casos con una larga vida que merecía mejor despedida. Pero también, en otros, con proyectos de vida inacabados.
Nos hemos acostumbrado al parte diario de nuevos enfermos y nuevos fallecidos. Nos alegramos con las personas curadas. Las grandes cadenas de televisión se encargan de sacarlas en todos los programas de noticias y de transmitirnos que todo saldrá bien. Pero para esos 20.000 conciudadanos y sus familias nada va a salir ya bien. Aplaudimos desde los balcones, regalamos medallas de heroicidad con mayor o menor mérito. La consigna parece clara: «Resistiré». pero ya hay al menos 20.000 personas que no han resistido. Quizá no sea aun el momento de pedir explicaciones o responsabilidades, de preguntarnos por qué en nuestro país la muerte, aunque rara vez la hayamos visto por televisión, se ha cebado con mayor inquina que en otros países, cercanos o lejanos. Pero lo que si toca ya, porque ya es el momento, es reconocer el dolor por quienes nos están dejando casi a hurtadillas, en soledad, sin tan siquiera recibir el aliento de un familiar o ser acompañados en la despedida final.
Tras dos meses de pandemia, se echa de menos que el Gobierno de España declare el duelo nacional, que las banderas ondeen a media asta, que los balcones guarden un minuto de sonoro silencio por quienes ya no pueden salir a aplaudir. Se echa de menos, en definitiva, que tomemos conciencia de la tragedia que estamos viviendo. Y de la que aun nos va a tocar vivir.