Víctor Fernández deja en el aire su continuidad

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La sala de prensa de La Romareda se vio envuelta en un ambiente de profunda consternación tras la derrota del Real Zaragoza por 2-3 frente al Real Oviedo. Un partido que, a priori, parecía la oportunidad ideal para revertir una racha nefasta, terminó sumiendo al equipo en una crisis aún más profunda. Víctor Fernández, el técnico blanquillo, compareció ante los medios con gesto serio, consciente de que su posición al frente del banquillo pende de un hilo y que la afición, abatida, ya no encuentra consuelo.

La comparecencia fue un ejercicio de honestidad brutal, sin paños calientes. El técnico zaragozano se mostró profundamente afectado y no eludió ninguna responsabilidad. “Es inexplicable cómo perdemos partidos”, comenzó, reflejando la impotencia que se respira en el entorno zaragocista. Para Fernández, la situación es insostenible: sumar cuatro puntos de los últimos 24 disputados es, en sus propias palabras, “indefendible”. “Soy zaragozano, zaragocista, y sufro más que nadie”, confesó, aludiendo a su vínculo emocional con el club. La decepción en su voz era evidente, dejando en el aire la posibilidad de que su etapa haya llegado a su fin.

A diferencia de otros entrenadores que tienden a aferrarse a las circunstancias externas, Fernández no se refugió en las bajas, la mala fortuna o los errores arbitrales para justificar la sangría de puntos. Admitió que el equipo firmó, a su juicio, “el mejor primer tiempo de la temporada”. En esa primera mitad, el Zaragoza mostró argumentos para creer en la victoria: organización, ritmo, llegada por las bandas y sensación de control. Sin embargo, todo se vino abajo en la segunda parte. El Oviedo, un rival al que el entrenador catalogó como “una de las mejores plantillas de la categoría”, aprovechó la más mínima oportunidad para materializar goles. Cada disparo a puerta del conjunto asturiano parecía tener premio, mientras que el Zaragoza, incluso disponiendo de un penalti que pudo cambiar el signo del encuentro, no logró encauzar el choque.

El penalti fallado fue un momento clave. El entrenador no quiso señalar con el dedo al jugador que tomó la decisión de lanzarlo con esa técnica cuestionable. “No voy a criticar a ninguno de los míos”, afirmó con rotundidad, pero no pudo ocultar el desconcierto que le produjo la forma en que se ejecutó la pena máxima: “No entiendo cómo se ha lanzado de esa manera”. Un gol en ese instante habría supuesto una bocanada de aire fresco y quizá el giro en la narrativa del partido, pero se perdió la ocasión y se prolongó la agonía.

Víctor Fernández insistió en que no encuentra la fórmula para revertir esta tendencia tan negativa. “Lo he intentado todo, todas las fórmulas posibles; no encuentro la solución”, expresó con un tono que combinaba resignación y dolor. Estas palabras no son únicamente una confesión de impotencia táctica, sino también un llamamiento a la propiedad del club. El presidente Jorge Mas se encuentra estos días en la ciudad, y Fernández adelantó que pondrá su cargo a disposición. “Yo me aparto sin problemas”, aseguró, dejando claro que no tiene intenciones de aferrarse al banquillo si su presencia supone un obstáculo para que el equipo remonte el vuelo.

El técnico incidió en que no se trata ya de una cuestión de ego, dinero o buscar excusas. “Es una cuestión de responsabilidad, de compromiso con el club y con la afición”, dijo. Reconoció que el fútbol es un mundo en el que la mirada siempre se dirige al entrenador cuando las cosas van mal, y él, con su larga experiencia, asume que es lo lógico. “Llevo unos 800 partidos como profesional y sé cómo funciona esto”, recalcó. Ya no valen paliativos ni buenas intenciones: la realidad es la que es, y Fernández no quiso disfrazarla.

El entorno, la afición y el propio club viven horas de zozobra. La escalada hacia los puestos altos de la tabla, objetivo reiteradamente proclamado por la entidad, se ha convertido en una quimera ante la falta de resultados. “Es horroroso perder el partido de hoy, inaceptable”, sentenció el técnico, visiblemente afectado. Sus palabras recordaron que, más allá de la pizarra, las lesiones o los fichajes pendientes, existe un componente anímico que el Zaragoza no logra gestionar. La Romareda asistió atónita a un descalabro que parecía imposible tras la buena imagen del primer tiempo.

La última reflexión del entrenador fue clara, cruda y sincera. “No estoy caliente, estoy desolado”, concluyó, dejando en el aire su continuidad. La afición, el club y la propia plantilla saben que un punto de inflexión es necesario. Ahora será la propiedad quien tenga la última palabra. Víctor Fernández ya ha puesto todas sus cartas sobre la mesa, reconociendo su parte de culpa y ofreciendo dar un paso al lado si es lo mejor para el equipo. La próxima jornada, la próxima decisión, podría ser el detonante de un nuevo rumbo en el Real Zaragoza.