El Real Zaragoza no solo está al borde del abismo deportivo. Lo más preocupante es que el club, desde sus cimientos, se tambalea. La hipotética caída del primer equipo a Primera RFEF sería dramática. Pero cuando el filial también habita en puestos de descenso, es evidente que el problema va más allá del césped.
La propiedad liderada por Jorge Mas ha sido celebrada por su músculo financiero. Sí, han invertido. Pero ¿en qué? ¿Para qué? Han centrado su esfuerzo en un estadio con retorno económico garantizado, avalado por el Ayuntamiento y el Mundial 2030. Un proyecto urbanístico disfrazado de salvación deportiva. Pero lo prioritario, el club, su estructura, sus categorías inferiores, su alma, sigue en estado crítico.
El Zaragoza necesita una nueva Romareda, sí, pero para su gente y su equipo, no para tres partidos mundialistas. La reforma se ejecuta a ritmo político, mientras el equipo cae. La ciudad no gana partidos con renders ni con visitas guiadas a unas zapatas. Y mientras tanto, ¿quién da la cara? ¿Dónde está Jorge Mas en la Romareda? ¿Por qué solo aparece para hacerse fotos institucionales?
No hay liderazgo. No hay una voz fuerte en el palco. ¿Quién baja al vestuario cuando la situación es insostenible? ¿Fernando López? ¿Quién dirige este club más allá del Excel de retorno de inversión? ¿Quién está construyendo el Zaragoza del futuro?
Esto no es una cruzada contra el nuevo estadio. Es una exigencia: si vienen a construir algo grande, que empiecen por el club. Por su base, por su cantera, por su dignidad. Porque si el primer equipo cae y el filial también, el nuevo estadio será solo un decorado sin alma.
El Real Zaragoza necesita un plan deportivo, liderazgo real y gente que dé la cara cuando toca. No más fotos. No más excusas. No más silencio.