La madrugada del viernes marcó un antes y un después en Azuara. El municipio zaragozano, junto a otros pueblos del Campo de Belchite, sufrió el azote de una riada que no llegó como un desbordamiento gradual, sino “como un tsunami”, en palabras de Rubén López de Miguel, vecino de Azuara y colaborador habitual en medios locales.
“Después de una tarde incesante de lluvias, sobre las nueve o diez de la noche, comenzó un estruendo. No fue una crecida recentina, fue una ola que arrasó la parte baja del pueblo”, relató emocionado en una entrevista con Pilar Sopeséns. El agua no solo se llevó muebles y estructuras: “Se llevó casas, recuerdos y muchas sonrisas. Una vecina apareció en el tejado del pabellón municipal a 500 metros de su casa”.
Pérdidas irreparables
Aunque no hubo que lamentar víctimas mortales, muchas familias han perdido su vida tal y como la conocían. “No la vida, pero sí su vida”, matiza Rubén. Desde álbumes de fotos hasta vajillas de boda de hace más de tres décadas, pasando por la tranquilidad de saberse seguros en sus hogares. Cuatro viviendas y varias instalaciones municipales ya tienen orden de demolición por riesgo de derrumbe, entre ellas el centro de salud, que ha sido sustituido por un ambulatorio provisional instalado en la ludoteca municipal, gracias al trabajo conjunto de la empresa Adiesoler, la Consejería de Sanidad y el Ayuntamiento.
La respuesta ciudadana y el colapso de la ayuda
Frente al desastre, la respuesta ha sido inmediata, masiva y, en ocasiones, desbordante. “Aquí no tenemos a nadie en tiendas de campaña. Hay muchas casas cerradas que se han reabierto, albergues, familiares que han acogido. Pero hay que entender que lo más duro ahora es lo económico y lo emocional”, explica Rubén. Un grupo de vecinos ha habilitado un punto de información en el Ayuntamiento para canalizar ayudas, orientar sobre las solicitudes al consorcio de seguros e informar sobre las medidas tras la declaración de zona catastrófica.
El aluvión de solidaridad ha sido tal que ahora mismo el pueblo “está cubierto y recubierto” de ayuda. “Tenemos tres bebés y nos han llegado 500 pañales. Seguimos recibiendo furgonetas con comida cuando tenemos despensas llenas y agua corriente, gracias a nuevas bombas instaladas por empresas locales. Lo que necesitamos ahora es organización, no improvisación”.
Rubén pidió expresamente que nadie acuda sin coordinarse: “Esto no es una guerra. Ya no hay barro que sacar. La UME está trabajando ahora, pero llegó tarde. Nosotros, los vecinos, fuimos quienes sacamos árboles de una nave que se debía haber evacuado por riesgo de derrumbe. Las botas sucias eran de civiles, no de uniformes”.
Patrimonio cultural en riesgo
La villa romana de La Malena, un tesoro arqueológico en proceso de puesta en valor, también ha sufrido las consecuencias. Justo el mismo día de la riada, el Ministerio de Cultura había aprobado la siguiente fase de intervención. Afortunadamente, los fondos se han redirigido a salvar los mosaicos romanos, que habían quedado bajo un palmo de agua. “Por fin se habían sacado a la luz tras 35 años. Era la joya del pueblo, y ahora está en peligro”.
Una llamada a la sensatez
Rubén López de Miguel concluyó con una petición clara: “Gracias por la solidaridad, pero pedimos que nadie venga por libre. Si quieren ayudar, que se informen antes. Ahora, lo que necesitamos es reconstruir, coordinar y cuidar a los que lo han perdido todo”.
Azuara resiste. No solo como un punto del mapa, sino como ejemplo de comunidad, dignidad y memoria. Una memoria que, aunque haya perdido parte de sus álbumes, no olvidará jamás lo vivido aquella noche.