En cualquier organización, y más en un club de fútbol con la historia y la exigencia del Real Zaragoza, la figura del presidente debe ser mucho más que un cargo simbólico o un nombre en los papeles. El presidente representa, lidera, da confianza en los momentos complicados y refuerza el proyecto cuando hay dudas. Pero en el caso del Zaragoza actual, lo único que hay es silencio y ausencia.
Desde hace tres años, el presidente Jorge Mas no pisa la ciudad ni aparece públicamente salvo en actos clave del club, y ni si quiera en todos ellos. Vive en Miami y parece ejercer desde la distancia, en una desconexión del zaragocismo preocupante que afecta no solo al plano institucional, sino también al emocional. Porque si algo necesita esta afición es saber que alguien está al frente, que alguien vela por el escudo y no solo por el balance económico.
Hay quien dirá que hoy en día se puede gestionar desde cualquier parte del mundo gracias a las videollamadas. Pero el fútbol no es solo una empresa: es sentimiento, presión mediática, conexión con la grada. En los momentos críticos de la pasada temporada, cuando el equipo se desmoronaba, cuando el entrenador estaba contra las cuerdas y el entorno hervía, ¿dónde estaba el presidente? Nadie salió a dar un mensaje de calma, nadie pisó el vestuario para reforzar al grupo. No hubo liderazgo.
Y eso deja un vacío peligroso. Porque si no hay un rostro que asuma responsabilidades, que lidere el proyecto, el club parece a la deriva. La Romareda ardía y el palco estaba mudo. La afición no pide milagros, pide compromiso. No exige títulos, exige presencia. Y el hecho de que ni siquiera haya un representante que viva el día a día del club transmite una dejadez inaceptable.
El Real Zaragoza necesita un presidente que esté, que sienta, que defienda. No solo desde Miami o en comunicados. Presidir no es solo firmar papeles: es dar la cara cuando más falta hace. Y eso, hoy, no lo tiene este club. Hay veces que parece que el único club del estadounidense es el Inter de Miami.