Aquel 10 de mayo de 1995, el corazón de una Ciudad, de una Región, de todo un país estallaba, de gozo y orgullo. De forma súbita, inesperada por la magia de su desenlace, un eco creciente se elevaba al cielo para festejar una de las grandes gestas deportivas vividas hasta entonces –y desde entonces- en Aragón. Una parábola dibujada de manera magistral por Mohamed Alí Amar, ‘Nayim’, ubicaba al Real Zaragoza en el centro del Universo futbolístico. Un gol de ensueño, tal vez uno de los más impresionantes que nunca se han logrado, convertía al Real Zaragoza en Rey de Europa, en ganador de la Copa de Campeones de Copa, en campeón de la Recopa de Europa.
No hay argumentos que puedan explicar los sentimientos que envuelven la grandeza de una gesta semejante. Porque, entre otras cosas, la explosión del corazón no se puede encasillar en razones. Pero aquel hito quedó marcado a fuego en el alma de un zaragocismo que no duda a la hora de ubicar el Norte de su pasión, sello fundamental que alimenta el amor a sus colores. Como antes lo habían sido también los Magníficos o los Zaraguayos.
Se encomendó para ello a la magia de un genio: Mohamed Nayim Alí Amar. Un futbolista capaz de hacer realidad la imaginación. Y la grandeza de aquel gol quedará por siempre marcada en el alma de todos los zaragocistas.
Porque el Real Zaragoza se impone a uno de los grandes, a un Arsenal que se había proclamado campeón de la Recopa el año anterior, un equipo con vitola de escuadra poderosísima.
Guarda el Real Zaragoza anclajes suficientes para exponer su esplendor: seis títulos de Copa, una Copa de Ferias o la Supercopa de España, además de la disputa de otras finales y lugares de prestigio en la competición regular. Pero es el sabor de la Recopa el que se acomoda en el paladar de los cientos de miles de seguidores zaragocistas, siempre orgullosos de la conquista de un trofeo solo al alcance de los más grandes.
¿Fueron conscientes aquellos futbolistas de lo que habían logrado? En cierta medida, sin duda. Sus gritos, sus abrazos, sus carreras, el embrujo de lo que vivieron en esas fechas que rodearon el 10 de mayo de 1995 ponen de relieve la importancia de aquella proeza. Aunque ha sido el paso del tiempo, su perspectiva, la que ha dado el verdadero relieve a lo que se consiguió en esa noche mágica de París.
¿Y la afición? La afición es el patrimonio fundamental: su empuje, su ánimo, su convicción, sus valores… conforman el sentido de lo que es el Real Zaragoza. Miles de aficionados blanquillos viajaron a París –y muchos otros miles hubieron de quedarse- para mostrar su respaldo al equipo en una cita crucial con la Historia, como el paso del tiempo se ha empeñado en demostrar. Se dejaron el alma en el maravilloso escenario del Parque de los Príncipes para guiar al conjunto rumbo a una victoria admirable.
El rugido del Estadio cuando la patada de Nayim mandó el balón a acariciar la red de Seaman fue el estallido de un zaragocismo alborozado, capaz hacer tiritar los cimientos de aquel mítico escenario parisino. Y trasladar su orgullo a todos los rincones del mundo.
El desenlace final el día 11 de mayo en Zaragoza, en aquella multitudinaria manifestación de orgullo zaragocista, ubicaba la dimensión de la gesta lograda por aquel puñado de hombres a los que la historia del fútbol señaló como héroes. Y que abrieron de par en par la puerta de la gloria para el Real Zaragoza.