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sábado, noviembre 23, 2024
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El Museo de Zaragoza incorpora a su colección una nueva obra de Goya

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El Museo de Zaragoza cuenta desde hoy con una nueva obra de Goya, que pasa a incorporarse a la exposición permanente del centro merced al depósito que ha realizado su propietario y que viene a reforzar un periodo determinante en la formación del pintor dado que se trata de un momento clave para comprender su producción como artista, en torno a 1774, en Zaragoza o ya en Madrid. Se trata de un óleo sobre lienzo de 96,6 cm. por 74,7 cm. que representa “La Virgen con San Joaquín y Santa Ana”. 

La pintura es de propiedad particular y fue adquirida hace medio siglo a un vendedor de antigüedades en España. Fue en el año 2011 cuando fue dada a conocer como obra de Goya, depositándose en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria. En 2015, la pintura formó parte de la exposición “Goya y Zaragoza. 1746-1775, sus raíces aragonesas”, celebrada en el Museo Goya. El lienzo, pintado al óleo con una consistencia fluida y algo pastosa que deja en evidencia las marcas de las pinceladas, se encuentra en buen estado de conservación tras una reciente restauración. Según los últimos estudios, la obra, que habría sido realizada entre su viaje a Italia y el traslado a Madrid, evidencia el estilo de un Goya joven que demuestra plena madurez artística en una pintura que, por su técnica y composición, recuerda a las pinturas murales de La Cartuja de Aula Dei en Zaragoza (1772-1774).

Con toda probabilidad, se trataría de un cuadro realizado para un oratorio privado, ejecutado desde un punto de vista bajo, puesto que la pintura iría colocada a cierta altura. No obstante, las últimas investigaciones apuntan a que podría tratarse de un modelo para una pintura de altar de Aula Dei en Zaragoza. El tema representado es la Virgen María con sus padres y el Espíritu Santo y se resuelve con una marcada composición triangular, cuyo eje está centrado por la paloma, que irradia haces de luz sobre la figura de María y cuyos lados se forman con los cuerpos de San Joaquín y Santa Ana. 

Mientras que entre madre e hija se establece una comunicación en clara alusión a la educación de la niña, San Joaquín se muestra ausente. En su rostro de anciano y surcado de arrugas destaca su mirada perdida y reflexiva. Impone su volumen corpóreo, acentuado por el fuerte plegado de paños. La escena se desarrolla sobre un fondo dorado que incrementa la luminosidad y resalta los matices cromáticos de los ropajes. La pincelada, precisa y empastada, consigue el modelo excepcional de las figuras. 

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