Julio Calvo Iglesias
Portavoz Vox en Ayuntamiento de Zaragoza
Hace pocos días le dije a la alcaldesa de Zaragoza, en su recién estrenada condición de corredactora de la ponencia política de su partido, que en la hora actual ya no bastaba con ofrecer al electorado honradez y buena gestión. Que hoy, a la vista de la experiencia, a la vista de todo aquello que ni la Constitución ni las leyes previeron que pudiera pasar y, sin embargo, ha pasado, hay que blindarse para que no vuelva a pasar; y blindarse significa acometer importantes cambios legales y, si se lograran amplios consensos y mayorías suficientes, incluso constitucionales.
No era esperable que un aventurero acompañado de tres personajes de dudosa catadura, hoy ya bajo la lupa de la Justicia, pudiera hacerse con el mando del PSOE, una formidable estructura de poder y propaganda, y desde él, al precio de vender España a los independentistas -desleales, chantajistas y ‘aprovechateguis’ por definición-, conquistar el Gobierno, y que no haya medios legales de adelantar su desalojo y poner fin a la agonía de este acelerado desguace de la Nación.
El PP ha perdido varios millones de votos por el incumplimiento de sus promesas electorales. Eso que a la izquierda no le supone desgaste, a la derecha sí le pasa factura. Los votantes de ambos espectros del electorado demuestran tener un muy diferente nivel de exigencia. Esa es una lección que hay que aprender, que espero que hayan aprendido. Rajoy no derogó las leyes que prometió derogar, para lo que se le concedió además una más que suficiente mayoría absoluta, y todavía arrastramos sus efectos: todavía estamos discutiendo sobre memorias históricas e identidades de género cuando hay tantos temas urgentes de que ocuparnos. La derecha, con toda seguridad en forma de coalición PP-VOX, ha de ofrecer garantías suficientes de que esta vez sí cumplirá. Y además hoy hay que derogar más y con más urgencia que entonces. Si no se entiende esto, tan elemental, no se ha entendido nada.
Pero hay un elemento que distorsiona el panorama electoral en España: los partidos independentistas. Aunque su electorado sea de derechas -muy de derechas- anteponen siempre su provecho a su ideología, y a ellos les conviene una España débil y un Gobierno complaciente y sin principios; un gobierno presidido por Sánchez o alguien como él, mismamente. Y de nuevo habría que extraer lecciones de la experiencia. Nunca la derecha española -entonces representada sólo por el PP- ha obtenido mejores resultados en el País Vasco y Cataluña que cuando ha confrontado abiertamente y sin complejos con los nacionalistas: son los ejemplos que ofrecieron Gregorio Ordóñez, una sólida esperanza que frustró su cruel asesinato a manos de ETA, y Vidal-Quadras, que Aznar sacrificó para entenderse con Pujol. Aquel entendimiento interesado y falso fue la semilla de los gravísimos desencuentros actuales. El nacionalismo es desleal por naturaleza, fenicio antes que vasco o catalán. Otra lección que debería aprenderse y que no sé si Feijóo tiene clara. Su presidencia al frente de la Xunta, y algunas de las medidas que tomó, no permiten albergar muchas esperanzas en este sentido. Y otra experiencia de la que deberían aprender esta vez los militantes y cuadros socialistas: los partidos socialistas de otros países europeos han desaparecido, literalmente. Bettino Craxi hubo de exiliarse a Túnez y nunca volvió a Italia. Las encuestas auguran hoy incluso la derrota de García-Page. ¿Qué esperan obtener Pilar Alegría en Aragón, Óscar López en Madrid o María Jesús Montero en Andalucía? El poder de Pedro Sánchez se lo otorgan quienes le obedecen, ellos. Y recogerán, por tanto, merecidamente, los frutos de su obediencia a un aventurero que nunca debió haber llegado a donde ha llegado.